¿Es la erección prolongada un nuevo efecto secundario de la COVID-19?
En las últimas horas, se ha difundido un caso de un varón de 69 años ingresado por COVID-19 que manifestó esta curiosa reacción. Analizamos qué hay detrás de este caso, y desmentimos informaciones falsas al respecto, con ayuda de un experto.
Más de un año después de ser descrita la COVID-19, esta enfermedad, provocada por el coronavirus SARS-CoV-2, ha generado cientos de miles de estudios publicados sobre su sintomatología, complicaciones y efectos secundarios. Hoy sabemos que la COVID-19 es mucho más que una patología respiratoria: se trata más bien de una enfermedad multisistémica, que puede afectar a varios órganos además de los pulmones (cerebro, hígado, riñones, intestinos, corazón y vasos sanguíneos…).
Una vez situado el contexto, podemos disponernos a comprender mejor una ‘noticia’ que circula en las últimas horas en algunos medios de comunicación digitales: “La erección permanente, ‘nuevo’ efecto secundario de la COVID-19″. ¿Qué hay de cierto en este titular? ¿Puede la COVID-19 provocar este síntoma tan específico y, aparentemente, tan poco relacionado con la enfermedad? ¿Es nuevo este ‘efecto secundario’ tan llamativo? A continuación, vamos a analizar qué hay detrás de esta noticia y a desmentir todas las informaciones falsas que se han difundido al respecto (imaginamos, por el morbo del órgano en cuestión).
Todo tiene su origen en un estudio publicado por la revista The American Journal of Emergency Medicine en el que se describe el caso de un varón de 69 años de Ohio que fue hospitalizado por COVID-19, y que desarrolló una erección prolongada durante su ingreso. Sin embargo, este estudio no es nuevo, sino que fue publicado en junio de 2020 (por alguna razón, el caso ha sido rescatado y difundido por la prensa estas últimas horas).
Tal como se detalla en el estudio, el hombre ingresó en urgencias tras una semana de tos, congestión, disnea, anorexia y debilidad generalizada, mostrando luego indicios de neumonía bilateral en sus pulmones. Una vez allí, dio positivo en SARS-CoV-2. Fue tras varias horas de estar hospitalizado que se produjo la erección, pero no fue este el motivo que le llevó al ingreso: “En la supinación de la tarde siguiente, el personal de enfermería notó una erección. Se colocaron compresas de hielo, pero la erección persistió durante las siguientes 3 horas con rigidez de los cuerpos cavernosos y glande flácido”, describe el documento.
Lo que conocemos comúnmente como ‘erección prolongada’ se denomina en términos médicos como priapismo (de la deidad griega Príapo, un dios menor de la fertilidad). Esta patología consiste en una erección que no está relacionada con la estimulación sexual y que, por lo general, solo involucra los cuerpos cavernosos. Según Manuel Carbonero, urólogo jefe asociado en el departamento de Urología del Hospital de Valdemoro, en Madrid, el priapismo responde a un mecanismo venoclusivo que se ve alterado. “Durante la erección, el estímulo erótico provoca que el endotelio, la capa interna de los vasos sanguíneos del pene, permita la entrada de la sangre y se forme una especie de ‘pantano’, una inundación, que provoca la erección”. En el caso de una erección que no desaparece, donde la sexualidad no se ve implicada, hay una alteración en este mecanismo normal del organismo, que puede estar producida por causas diversas (una lesión de la médula espinal, por ejemplo, pero también por efecto de sustancias como medicamentos y otras drogas).
“Podría ser que la COVID-19, que es una enfermedad multisistémica, pueda provocar la alteración del mecanismo de la erección, igual que ha producido embolias cerebrales o pulmonares, alterando el mecanismo de inflamación de los vasos, es decir, provocando una inflamación en células endoteliales”, se aventura Carbonero.
Por tanto, ¿afirmamos ya que la COVID-19 le provocó a este individuo la erección prolongada? Si continuamos leyendo el informe sobre la evolución del paciente, solo podemos concluir que no está claro. ¿La razón? Un medicamento llamado propofol y con el que fue intervenida esta persona con el fin de tratar la COVID-19.
Existen dos tipos de priapismo o erección prolongada: de bajo flujo o isquémico, o de alto flujo o venoso. “El priapismo isquémico, a la larga, produce una alteración del mecanismo venoclusivo y de los tejidos del pene, pudiendo llevar a una destrucción de los tejidos”, tal como nos aclara el doctor Carbonero. En el estudio, de hecho, se detalla cómo el paciente fue diagnosticado con tal afección: “Debido a la continua sospecha, se obtuvo una gasometría cavernosa que reveló pH compatible con priapismo isquémico”.
Y aquí viene lo interesante: el mismo estudio detalla cómo informes de casos sugieren que el propofol puede causar priapismo isquémico. Asunto resuelto, ¿no?
Pues no: en el caso que nos ocupa aquí, el paciente recibió propofol durante más de 12 horas antes sin problemas observables, lo que lleva a pensar que el propofol no fue el desencadenante directo. Los investigadores concluyen: “La prevalencia de coagulopatía en COVID-19 y el riesgo asociado de mortalidad requiere mayor atención a su probabilidad como factor precipitante”. Es decir, la erección prolongada pudo producirse como una consecuencia provocada por varios factores al mismo tiempo, entre los cuales tanto la COVID-19 como el propofol pudieron jugar un papel fundamental.
Esto significa que ni han descubierto que la erección prolongada sea ‘un nuevo efecto secundario’ de la COVID-19 ni que este posible efecto sea algo común en varones infectados por el coronavirus. Más bien parece un hecho aislado (y parece ser que, por ahora, el único reportado) de un caso de priapismo isquémico agravado o complicado por la COVID-19.
Para profundizar en el asunto, los científicos participantes del estudio afirman que hará falta más investigación en lo que respecta a la hipercoagulación en pacientes con COVID-19.
Comprendida, pues, esta llamativa noticia, podemos concluir que no sabemos si la erección prolongada la provocó la medicación administrada, la COVID-19, tal vez el estado de salud general del paciente (que poseía antecedentes de obesidad), o una combinación de todos estos factores. En cualquier caso, no parece que ambas circunstancias estén fácilmente relacionadas, y ello no debería ser fruto de mayores preocupaciones para los varones positivos en COVID-19.