Bebidas energéticas: qué son y por qué no deberían beberlas los adolescentes

Los niños y adolescentes son especialmente vulnerables a los efectos nocivos de la cafeína en el sistema cardiovascular y sistema neurológico: baja autoestima, depresión, nerviosismo, ansiedad, problemas de concentración, insomnio y empeoramiento del rendimiento escolar.

¿Qué pensaríamos si viéramos a nuestro hijo de 13 años tomarse un par de cafés solos con el bocata de media mañana o para amenizar la charla con los colegas al caer la tarde? Seguramente, alucinaríamos y, tras explicarle que ese chute de cafeína no es precisamente lo que mejor le viene a su ya de por sí efervescente organismo adolescente, le conminaríamos a que optara por otras alternativas más adecuadas para su edad (y sus hormonas).

Pues, debido a no se sabe muy bien qué extraño mecanismo mental, lo de los cafés solos lo vemos mal pero, de unos años para acá, hemos normalizado con una tranquilidad pasmosa que los chavales se ‘calcen’ un par de latas de bebidas energéticas como ‘forma de socialización’ con sus amigos púberes.

Según advirtió la OCU a principios del pasado mes de junio, los adolescentes y preadolescentes son consumidores entusiastas de estos ‘brebajes’ y no es raro que se tomen -uno o varios- para ‘concentrarse’ antes de un examen, para no dormirse, para rendir más en el gimnasio y, los fines de semana, para mezclarlas con alcohol.

De lo que muy probablemente no somos conscientes (padres e hijos) es que su consumo acumulado puede traducirse en una ingesta superior a esos 285 mg de cafeína recomendados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) como ingesta diaria máxima para una persona de 50 kg de peso.

¿De qué están ‘hechas’ las erróneamente denominadas bebidas energéticas? «Son bebidas sin alcohol, con sustancias estimulantes tales como la cafeína, taurina, vitaminas, minerales, aditivos, saborizantes y gran cantidad de azúcar«, explica Lina Robles, nutricionista del Hospital Universitario Sanitas La Zarzuela.

Esta especialista señala que «suelen tener altas cantidades de cafeína que, dependiendo de las marcas, pueden ir desde 70 a 145 mg de por lata«. De hecho, prosigue, «si ésta es muy elevada, deben incluir el texto de aviso: «contenido elevado de cafeína».

¿Qué efectos produce toda esa retahíla de ‘inas’ que llevan? «En grandes cantidades pueden causar ansiedad, nerviosismo, insomnio, angustia, trastornos gastrointestinales, taquicardias, temblores, etc», detalla Robles.

Unos ‘efectos secundarios’ no deseados que resultan especialmente dañinos en los más jóvenes: «Los niños son especialmente vulnerables al nocivo impacto de la cafeína en el sistema cardiovascular y sistema neurológico, produciendo baja autoestima, depresión, nerviosismo, ansiedad, problemas de concentración, insomnio, empeoramiento del rendimiento escolar, aumento de la tensión, etc».

Además, al tener una alta concentración de azúcar, «puede dar lugar a la aparición de caries, diabetes, sobrepeso y obesidad infantil«.

¿En qué circunstancias no deberían de tomarse nunca? «Si se padece alguna enfermedad que pueda verse afectada por el consumo de la cafeína, por ejemplo, hipertensión o nerviosismo«.

Aunque es una ‘costumbre’ bastante generalizada, mezclarlas con alcohol es una pésima idea: «El alcohol es un depresor del sistema nervioso, mientras que la cafeína es un estimulante que les hace sentir bien. Se puede perder la noción de lo bebido, con el riesgo de acabar con intoxicación etílica».

Con toda esta información en mente, ¿por qué hay quién sigue pensando que se trata de bebidas para deportistas? «Porque se llaman energéticas en lugar de bebidas excitantes que es lo que son en realidad». Es más, esta especialista aboga por «una mejor información» sobre su consumo, que debería estar desaconsejado para los más jóvenes.

FUENTE: elmundo.es

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