¿Quiere un pitillo?
“Admito que el consumo de tabaco es indefendible, y desde estas líneas yo mismo hago la recomendación de no fumar, sencillamente porque no es bueno. Pero en estos momentos no sé si querellarme con el Estado, la televisión, las tabacaleras, el primer amigo que me invitó a un cigarrillo porque era lo chachi piruli del momento, o con todos juntos.
Miren, yo fumo porque me prometieron poder cabalgar a lomos de un precioso jaco de raza árabe, a la orilla del mar y acompañado de la rubia más despampanante que puedan ustedes imaginar. Quedarme de la noche a la mañana a dos velas, sin caballito, sin muchacha, sin playa y con el cartel de enemigo público número uno, da mucha rabia y convendrán conmigo en que es motivo suficiente de reclamación por fraude y publicidad engañosa.
Y en esta tesitura, me resulta del todo inadmisible que nadie venga, con el corazón cargado de esa bondad que a mí se me niega, a recordar el enorme daño que se les causa a los operarios de la hostelería. ¿Quiere decir que si los clientes consumiésemos pastillas, o esnifásemos, o echásemos un par de porros, que es lo que está en boga, bajarían los precios de esas consumiciones en proporción a la visibilidad del local de turno y porque al camarero no le carraspearía la garganta?. ¿Acaso significa que ellos sirviendo alcohol son angélicos trabajadores de la caridad y nosotros esperpénticos virus de una perversión digna de presidio por el hecho de expeler humo diabólico por todos los orificios cefálicos?. Eso no se sostiene por ningún lado y tiene unos tintes de cinismo que asustan al más pintado.
Cuando éramos niños nos amenazaban con la zapatilla y ahora nos califican de lacra social. En su momento probamos el sabor de la zapatilla y ahora estamos catando el aroma de la marginación. Hemos sido burros de carga para trabajar y ahora, para no perder la costumbre, cargamos con todas las culpas. Todo por ilusos, por haber creído, cuando aún estábamos en la pubertad, en un mundo maravilloso que se ha ido extinguiendo entre volutas y sudor.
Pues lo siento mucho, puestos a servir de excusa y tapadera para otros, desde ahora les digo que yo seguiré fumando mi pitillo de sobremesa, que me sabe a gloria. Y soy consciente de que todo lo que sabe bueno, engorda, mata o es pecado. Ahora se trata de que no venga a mi mesa ninguno de esos nuevos conversos y beatíficos evangelizadores del mundo sin humo, sobre todo ninguno de aquéllos que cuando fumaba lo hacía a todas horas incluso en el último rincón hospitalario, lo que yo no he hecho nunca. Que me dejen en paz, que tengo problemas de mayor enjundia. Si le molesta mi humo, a mí me molesta su santa cruzada.
Argumentan las nuevas voces sabias del lugar el enorme coste social que supone un fumador y todo lo derivado de las enfermedades pulmonares, y yo les invito a que hagan un viajecito por los apuntes del coste que suponen el absentismo laboral y el índice de siniestros laborales. Les invito a que me cuantifiquen la incidencia del alcohol, el polvo blanco, la pastillita de laboratorio y otros enseres en forma de beneficio social. Comparen primero y luego hablamos sosegadamente. Repito que no justifico el tabaco ni todas las porquerías que le acompañan, pero ya estoy harto de santones de pacotilla.”
GABRIEL JUSTO IRISARRI