ALCOHOL Y ETIQUETAS

Si pensamos en el etiquetado de los productos destinados a consumo humano, la comida y las bebidas, nos vienen a la cabeza largas listas de ingredientes, un grueso de nomenclaturas extrañas dadas por los aditivos alimentarios, listas de valores nutricionales (por ejemplo la cantidad de grasas, ácidos grasos saturados, proteínas, hidratos de carbono, azúcares, sales…) y avisos sobre alérgenos o elementos que podrían ocasionarnos reacciones adversas. Si pensamos en que son cosas procesadas y hechas expresamente para que las ingerimos las personas, tiene todo el sentido de que podamos saber con facilidad qué tomamos.

El etiquetado está regulado por ley y tiene el objetivo de ponérselo fácil a la persona consumidora, y ponérselo un poco más difícil a la industria que nos embauca con etiquetas llamativas que no aportan información y se especializan en sugerir cosas bastante cuestionables .

Pero si pensamos en el alcohol, nos daremos cuenta que se trata de bebidas que no venden etiquetadas. Ni ingredientes, ni valores nutricionales ni demasiadas pistas sobre cómo o de qué ingredientes estamos hablando.

La industria dirá que la gran mayoría de estas bebidas se realizan de forma estandarizada, todas siguiendo un mismo proceso y a partir de los mismos ingredientes. Que no tienen obligación, y que el etiquetado de otros alimentos o bebidas no les sirve. Pero básicamente hay que fiarse de su palabra. Realmente, están muy lejos de dar ningún tipo de información útil.

A menudo, cuando no nos lo ponen fácil, o las industrias no sacan ningún beneficio explicándonos cómo o de qué están hechos sus productos, ¿deberíamos preguntarnos de qué tienen miedo?

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