Las bebidas alcohólicas interfieren con los antibióticos: ¿verdad o mito?
– La sabiduría popular enseña que quienes están tomando antibióticos deben abstenerse de beber alcohol.
– A veces se afirma que la combinación puede producir reacciones negativas, en otros casos se dice que la bebida reduce o anula la eficacia de la medicación.
– La ciencia aclara cuánto hay de cierto en esas creencias y qué sucede realmente cuando una persona ingiere ambas sustancias.
La relación entre los antibióticos y el alcohol siempre ha sido complicada. O siempre ha estado, para decirlo mejor, rodeada de creencias y afirmaciones que han generado dudas y temores a lo largo del tiempo. Sobre todo si se tiene en cuenta que, según la última edición de la Encuesta sobre Alcohol y Drogas en España (EDADES), publicada en diciembre de 2018, en nuestro país tres de cada cuatro personas beben alcohol: el 75,2 % de la población. “Beber alcohol si estás tomando antibióticos hace mal”, dice alguien. “No hace mal -responde alguien más- pero anula el efecto de la medicación”. ¿Qué tiene la ciencia para decir sobre esto?
Lo cierto es que, en la mayoría de los casos, tomar un poco de alcohol cuando se están tomando antibióticos no representa un problema importante. Lo cual no quiere decir que la ingesta de alcohol sea recomendable durante un tratamiento con esta clase de fármacos. Por el contrario: lo mejor es evitarlo. Esto se debe a que el alcohol se metaboliza en el hígado, lo mismo que los antibióticos. En consecuencia, como debe ponerse a procesar el alcohol, el órgano tardará más en hacer lo mismo con la medicación.
Además de retrasar el tratamiento, ese “doble trabajo” del hígado puede ocasionar la acumulación de las toxinas propias de los antibióticos. Y más importante aún es que el consumo de alcohol reduce la eficacia del sistema inmune, tal como lo han demostrado numerosos estudios. Se supone que si alguien está tomando antibióticos es porque padece algún tipo de infección o enfermedad, ante las cuales lo deseable es que su sistema inmune pueda trabajar al máximo de sus posibilidades. Este es otro motivo por el cual conviene evitar las bebidas alcohólicas mientras dure esta clase de tratamientos.
Antibióticos que no se deben mezclar con alcohol
Pero no son un retraso en la acción del fármaco o la acumulación de toxinas las peores posibles consecuencias de mezclar antibióticos y alcohol. Esta combinación tiene efectos muy desagradables en el caso de ciertos antibióticos, como lo especifica un documento del National Health System (NHS), el sistema público de salud del Reino Unido. No están entre los más recetados, y por lo tanto son casos minoritarios, pero es importante prestar atención. Son los siguientes:
Metronidazol
De todos los antibióticos que causan problemas importantes con el alcohol, este es el único que se receta con cierta asiduidad. Se emplea sobre todo para el tratamieno de infecciones dentales o ginecológicas, así como también contra úlceras en las piernas o escaras. Si se consume alcohol cuando se ha administrado esta medicación, se produce el llamado “efecto disulfiram” (o “efecto antabús”, dado que Antabus es la marca comercial más conocida con la que se distribuye ese medicamento).
Disulfiram
Se utiliza para el tratamiento contra el alcoholismo. Como inhibe la acción de la enzima que procesa los metabolitos más tóxicos del alcohol, su ingesta -incluso en cantidades muy pequeñas- provoca en apenas diez minutos los efectos más desagradables de una borrachera: rubor, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, dolor en el pecho, debilidad, visión borrosa, confusión, transpiración, asfixia, ansiedad y dificultades para respirar. Y ese mismo efecto es el que se produce al ingerir alcohol mientras se está tomando metronidazol.
Tinidazol
En general este medicamento se receta para el tratamiento de infecciones intestinales como la giardiasis y la amibiasis (causantes de diarrea, gases y retortijones de estómago) y para ciertas enfermedades de transmisión sexual, como la tricomoniasis. Su combinación con el alcohol también da lugar al “efecto disulfiram”, cuya intensidad depende de las cantidades del fármaco y de alcohol que se hayan ingerido: puede durar desde 30 minutos hasta varias horas, en los cuadros más severos.
Linezolid
Este antibiótico sirve para combatir la neumonía e infecciones de la piel. Origina reacciones secundarias cuando se combina con una sustancia llamada tiramina, presente no solo en las bebidas alcohólicas (en particular, en la cerveza y el vino tinto), sino también en alimentos que han sido escabechados, ahumados o fermentados. Como resultado, se puede producir somnolencia, mareos, dificultad para concentrarse y episodios de hipertensión.
Isoniacida, rifampicina y pirazinamida
Se trata de antibióticos empleados sobre todo para el tratamiento de la tuberculosis (una enfermedad que en España tiene índices bajos, pero que está lejos de ser erradicada), pero también en el tratamiento de otros problemas. Son medicaciones muy agresivas para el hígado, por lo cual se desaconseja la ingesta de alcohol durante su administración.
Doxiciclina
Este fármaco, empleado para el tratamiento de diversas infecciones, es el que más resentida ve su eficacia farmacéutica a causa del consumo de alcohol. Solo en casos excepcionales provoca efectos graves (sueño, dolor de cabeza, calambres, desorientación, alteraciones del ritmo cardíaco e incluso alucinaciones), pero su acción puede resultar muy reducida, dado que el alcohol acelera la descomposición del fármaco y su eliminación del cuerpo.
El efecto de estos antibióticos es duradero, por lo cual los especialistas aconsejan dejar pasar al menos 48 horas, en el caso del metronidazol, y 72 horas, en el del tinidazol, para volver a consumir bebidas alcohólicas. Por otra parte, hay varios otros antibióticos, de uso poco frecuente, que pueden ser responsables del efecto disulfiram. Conviene consultar con el especialista que los receta sobre los posibles riesgos del consumo de alcohol durante el tratamiento.
Los riesgos de interrumpir la medicación
De todo lo expuesto se desprende que, aunque no es del todo inocuo, tomar una copa de vino al día o un par de cañas en un acontecimiento social -una fiesta, una cena especial, etc.- mientras se toman antibióticos no implica consecuencias de gravedad (con la excepción de los fármacos mencionados arriba o una recomendación específica del médico que emite la receta). Aunque también puede ser una buena medida evitar el alcohol durante todo el tiempo que dure el tratamiento, y hasta algunos días después, como ya se ha destacado.
Mucho peor que eso es discontinuar las dosis de la medicación, que es lo que hace mucha gente por pensar que es inútil tomarla con la frecuencia indicada dado que quedará “anulada” por el alcohol. En realidad, lo que sucede en esos casos es que las bacterias que provocan las infecciones conviven durante más tiempo con el antibiótico, lo que las convierte en superbacterias y, por ende, hace más difícil acabar con la enfermedad, tanto en la situación actual como en alguna infección futura.