¿Por qué se ilegalizó la cocaína? Un repaso a la historicidad de las drogas en Latinoamérica
Aunque la coca ya era consumida por pueblos precolombinos desde el 6.000 a. C, bastaron cien años de consumo en Occidente para ilegalizar esta sustancia
Cualquiera se sorprende cuando comprueba los cambios que ha sufrido el pensamiento humano a lo largo de los siglos. Ideas y actos que hace décadas se consideraban de lo más naturales hoy están terminantemente vedados por las autoridades de todo el mundo, mientras que otras prácticas y pensamientos que antaño bien valían una tarde en la hoguera hoy se consideran no solo normales, sino necesarios. El ser humano es una criatura voluble e indecisa. Por ejemplo, ¿sabía el lector que el chocolate fue ilegalizado en Madrid en 1644? Se consideró una sustancia adictiva y nociva para la salud y su venta al público quedó prohibida. Mientras hoy comemos chocolate casi a diario y nadie piensa que deba prohibirse.
¿Quién tuvo razón? ¿Los guerreros vikingos berserker cuando consumían setas alucinógenas antes del combate o nosotros que las censuramos? ¿Tenían razón las autoridades madrileñas de 1644 al prohibir el chocolate o la tenemos nosotros que lo consumimos a espuertas? Quién sabe si dentro de cien años nuestros descendientes mirarán atrás y nos considerarán a todos una panda de yonquis por haber consumido tanta bollería industrial… Entonces, ¿tendrán ellos razón? Un posible método para resolver nuestra duda con mayor atino puede ser el de estudiar el consumo de sustancias psicotrópicas en las culturas precolombinas. Y ya de paso nos daremos una vuelta por su tierra magnífica.
Consumos milenarios
Para aproximarnos al uso de psicotrópicos en las culturas precolombinas haría falta remontarse a los cimientos de dichas civilizaciones, a tiempos tan lejanos como aquellos en que el estrecho que conecta Rusia con Alaska se mantenía congelado, y hordas de pueblos asiáticos dieron el gran salto que les permitió adentrarse a lo largo de los milenios siguientes en los territorios americanos. El nacimiento de las civilizaciones latinoamericanas viene íntimamente ligado al consumo de este tipo de sustancias, de la misma manera que la cultura mediterránea no podría comprenderse sin el vino.
Tenemos evidencias directas de que el consumo de San Pedro (un tipo de cactus que al ingerirse en polvo o hervido provoca efectos parecidos al peyote) comenzó en Sudamérica en torno al 8.000 a. C; la planta de coca ya se mascaba en el año 6.000 a. C; y también existe documentación literaria que da a entender que la ayahuasca se consumía en el II milenio antes de Cristo. Entonces no hablamos de sustancias cuyo uso se dio en tiempos relativamente próximos a la conquista española sino mucho antes, desde los inicios de estas civilizaciones. No pueden entenderse las culturas precolombinas sin comprender también la importancia que las sustancias psicotrópicas tuvieron en su día a día, ya fuera en el ámbito social o el religioso.
Salud, divinidad y tradición
¿Y qué usos se daban a este tipo de sustancias? Otra pregunta tan compleja como la variedad de pueblos que habitaron Latinoamérica a lo largo de milenios. Tomando por ejemplo la planta de coca que era masticada de forma habitual en gran parte del continente, los diferentes hallazgos arqueológicos e iconográficos nos han mostrado una amplia variedad de usos. En una momia de Nazca se encontraron restos de coca en los bronquios y la tráquea, que confirma la teoría escrita por Poma de Ayala en la segunda mitad del siglo XVII, cuando afirmó que la coca era soplada dentro de las víctimas para ejecutarlas mediante la asfixia. El análisis del cabello de otras tras tres momias halladas en los Andes y cuya edad de defunción se dató entre los 13 y 15 años, y que probablemente fueron utilizadas como sacrificio en algún ritual inca (capacocha), mostró a los investigadores un pico en el consumo de cocaína y alcohol durante los seis meses previos a su sacrificio.
Esto explica la teoría más distendida sobre el uso de la coca en la cultura inca, donde se supone que su consumo venía regulado por el soberano y solo unos pocos tenían acceso a ella. En este grupo entrarían los sacerdotes, los guerreros, aquellos que se disponían a realizar trabajos pesados – tanto físicos como intelectuales – y las víctimas de los sacrificios. Aunque también se piensa que su consumo se generalizaba entre toda la población durante algunas festividades religiosas.
Cada sustancia tiene su historia. La ayahuasca, generalmente distendida en las zonas tropicales de Sudamérica correspondientes al margen occidental del Amazonas (Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y oeste de Brasil), era utilizada mayormente por chamanes, antes que gentes comunes. Entre sus efectos entran la alteración del pensamiento y el sentido del tiempo, cambios en la expresión emocional y la imagen corporal, alteraciones perceptuales y sentimientos de rejuvenecimiento, y son estos mismos efectos quienes pueden darnos una pista sobre por qué era consumida por los chamanes durante sus ritos. El chamán conseguía “conectar” con diversos seres tridimensionales gracias a las herramientas que le procuraba el consumo de ayahuasca, aunque los métodos y ritos que seguían dependerían también de cada uno de los pueblos.
Otras sustancias como los hongos, el alcohol, la nicotina, el cacao, el peyote, los sapos bufo, las hojas de Heimia y el xtabentún fueron consumidas por los pueblos precolombinos de forma relativamente habitual. Su uso siempre iba dirigido a la alteración de la mente con un fin superior, esto es, que no hacían como los estadounidenses de las películas que se drogan para tumbarse en el sofá y mirar las estrellas. Los pueblos precolombinos procuraban aproximarse a las divinidades a través de los psicotrópicos, crear un sentimiento más fuerte de comunidad, infundir fuerza a los guerreros en el combate, mejorar sus habilidades a la hora de realizar determinadas tareas.
Ilegalización de las sustancias
En el fondo estamos tratando un tema relacionado con la perspectiva. Cuando los conquistadores españoles descubrieron la planta de coca y comprendieron su uso, no solo para mejorar la productividad del individuo, sino también para conectar más fácilmente con las divinidades de las religiones que ellos consideraban “paganas”, consiguieron eliminar su consumo mediante una prohibición eclesiástica entre 1551 y 1567. Aunque este tipo de medidas terminaron en cuanto los indígenas no podían realizar tareas pesadas con la productividad requerida si no consumían coca. Se produjo un cambio drástico de estrategia cuando el virrey del Perú Francisco de Toledo legalizó su cultivo en 1573 y estipuló que un 10% de las ganancias por la venta de coca corresponderían al clero.
Comenzó entonces un jugoso negocio donde los colonos españoles controlaban la producción y venta de coca a los indígenas, que la necesitaban para cumplir con más facilidad las duras tareas que les eran asignadas. Se tiene constancia de que en las minas del Potosí entraban cien mil kilos anuales de coca para el consumo de los obreros indígenas.
El uso de otras sustancias, sin embargo, no fue regulado por los conquistadores. Ocurrió por ejemplo con la ayahuasca. Durante los años del colonialismo fue vista como una sustancia misteriosa y excitante, y no fueron pocos los españoles asentados en Latinoamérica que se beneficiaron de sus usos, aunque con fines diferentes a los chamánicos. El Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales afirma que “entre fines del siglo XIX y comienzos del XX se inicia un proceso de adaptación y resignificación de los chamanismos indígenas por parte de nuevos actores, colonos blancos, mestizos, afroamericanos e indígenas absorbidos por la fiebre del caucho, sometidos a condiciones de vida precarias y virtualmente aislados de centros poblados y servicios de salud. Distintas zonas de contacto intercultural en la cuenca amazónica produjeron estilos y rituales característicos […] A partir de la segunda mitad del siglo XX, y convertida en objeto de interés científico y popular, las ceremonias de ayahuasca se han orientado cada vez más a satisfacer las demandas de usuarios de sociedades occidentales”.
Volvemos al principio de esta pieza. A aquél engorroso asunto de las perspectivas. El hombre occidental que, excluyendo el uso del vino en las ceremonias cristianas, tiende a mirar cualquier sustancia que altera la conciencia como un medio de evasión y entretenimiento, no logra comprender que los psicotrópicos puedan ser utilizados con fines espirituales, y mucho menos cuando no aceptan las divinidades vigentes en dicha espiritualidad. Se produce una demonización paulatina de dichas sustancias al ser consumidas por individuos apartados de la sociedad y, por alguna razón extraña, el hombre occidental hace de las suyas y guiado por los principios de la razón aristotélica pretende implementar su cultura, sus religiones y sus ideas sobre terceras naciones. Unos lo llaman genocidio cultural; otros, civilización.
Diferentes convenciones de la ONU celebradas en 1961, 1971 y 1988, impulsadas en su mayor parte por el preocupante aumento del consumo de psicotrópicos entre la población joven de Occidente, terminaron por ilegalizar prácticamente cualquier droga: heroína, cocaína, hongos, marihuana… Es decir que el problema con los psicotrópicos traídos desde Latinoamérica comenzó en el momento en que su uso se escindió del puramente ritual y social para dedicarlo a la evasión de la realidad. Ocho mil años después de que comenzase su consumo por las culturas precolombinas, cien años después de que su consumo se generalizase en Occidente. Ahora parece que el problema lo tenemos nosotros, y esto ha llevado a que numerosas organizaciones de índole latinoamericano hayan protestado por la dureza de estas medidas y exijan a la ONU una regularización del consumo de psicotrópicos con fines culturales.