¿Se puede romper el pene?
No es un traumatismo para nada frecuente, pero se puede dar en unas circunstancias muy concretas.
¿Se puede “romper” el pene? Lo sé, duele nada más leer el titular… Y todavía duele más cuando, a la pregunta, se le responde con una afirmación; sí, el pene se puede “romper”. No es un traumatismo para nada frecuente, pero se puede dar particularmente con dos condiciones; que el pene esté erecto y durante la penetración.
Repasemos la anatomía del pene para “entenderlo” mejor…
La voz popular llama a eso “fractura de pene”. En realidad no es una fractura, pues, clínicamente, se entiende por fractura una interrupción en la continuidad ósea o cartilaginosa, y como ya muchos sabrán, el pene humano ni tiene hueso ni cartílago. Tampoco es, ya puestos a explicar, un músculo (si lo fuera, habría más de uno que se pasaría el día en el gimnasio…) por lo que tampoco se podría hablar de rotura fibrilar o de desgarro muscular. En realidad, el tronco del pene está compuesto estructuralmente por tres columnas de tejido eréctil, siendo los dos de mayor tamaño situados en la parte superior cuerpos cavernosos y el tercero, en la parte inferior y atravesado por la uretra, un cuerpo esponjoso. Esta particular estructura es la que permite la captación y retención de sangre que permite a su vez al miembro alcanzar la erección y aumentar su tamaño (sin necesidad de sostenerse en una estructura ósea). Los tres cuerpos centrales se encuentran, precisamente por su funcionalidad eréctil, bien irrigados sanguíneamente y recubiertos de la llamada túnica albugínea (una sorprendente estructura fibrosa compuesta de colágeno y elastina que permite su extensión) y una serie de “fascias” (tejido conectivo muy resistente), siendo la “fascia de Buck” de vital importancia para comprimir y evitar la retracción de la sangre, permitiendo el mantenimiento de la erección, y siendo la “fascia de Colles” la más superficial sobre la que se encuentran las venas dorsales y el tejido subcutánea inmediatamente bajo la piel. Pues bien, en la “rotura” del pene, la túnica albugínea se rompe (según la gravedad, también la “fascia de Buck”) pudiendo afectar al interior de los cuerpos cavernosos y/o la uretra. Todo un trago…
Los síntomas de la rotura de pene
Como indicábamos, las situaciones que suelen producir este traumatismo son que el pene esté erecto y que se produzca un impacto sobre él, bien por un cambio de posición coital, bien por impactar, queriendo penetrar una cavidad, con zonas circundantes (perineo, pubis, nalgas…), o por cualquier otro motivo que implique un impacto sobre el falo (¡cuidado con la llamada postura de “Andrómaca”, con ella en cuclillas o con las piernas flexionadas encima del falo y cabalgando cual alma que persigue el diablo!). Su sintomatología inicial suele ser la de escuchar la lesión en forma de crujido, dolor intenso, pérdida inmediata de la erección, torsión del miembro en la dirección contraria a la de la rotura y rápida inflamación y hematoma. Son síntomas visibles que un urólogo especialista puede apreciar sin tener que recurrir necesariamente a más exploraciones complementarias (como la resonancia magnética) que la palpación. Huelga decir que si algo parecido a lo descrito es lo que detectamos y en las situaciones descritas, el asunto debe tratarse como una urgencia médica.
El tratamiento más efectivo: la cirugía
En el caso de rotura del pene, nos tenemos que referir a la cirugía como tratamiento más efectivo, pero suele tener buenos resultados. Básicamente la intervención consiste en reparar la túnica albugínea mediante puntos de sutura reabsorbibles. En caso de rotura que afecta a otros elementos de la estructura peneana, como la uretra o los cuerpos cavernosos, también se reparan quirúrgicamente. Como decimos, la intervención suele ser un éxito y dejar pocas incómodas secuelas, contándose entre éstas una incurvación peneana mayor a la precedente al impacto o algunas anormalidades en el proceso eréctil.
Existe un dicho atribuido a un clérigo e historiador inglés del XVII que llegó a capellán real (Thomas Fuller) que reza lo siguiente; “El buen arquero no se distingue por el tamaño de sus flechas sino por su puntería”. Y si bien intuyo que el buen capellán no estaba pensando en asuntos sicalípticos cuando la profirió (o sí), lo cierto es que es algo enormemente aplicable al noble arte del ayuntamiento carnal. Y es que si lo de la puntería (y por extensión la “precisión”), la aplicáramos con mayor frecuencia a nuestras interacciones sexuales así como si también comprendiéramos que no por más carga de tensión en la ballesta (léase que no por más “empujar”) uno deviene mejor arquero, pues quizá ganaríamos en placer y evitaríamos desgraciados impactos. Dicho sea esto sin intención de “romperle las pelotas” a nadie, que conste…